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23/12/2016 - Por Fabiola Orquera

Ponerse la camiseta del CONICET

La autora es investigadora adjunta – ISES, Tucumán. En este artículo analiza a fondo la crisis que enfrenta el CONICET, debido al recorte presupuestario impuesto por el gobierno nacional. Una invitación a los argentinos, que demuestran con tanto fervor su amor al país en los mundiales de fútbol, a se pongan también la camiseta de su ciencia y su cultura.

Desde que se desató el conflicto en el CONICET muchos me han preguntado el motivo, otros me han preguntado qué es el CONICET y otros, si era verdad que los becarios “no hacían nada”. Aunque la tercera pregunta no deja de molestarme, entiendo que es un síntoma de la manipulación que opera a través de las redes sociales, los que son impulsados, lamentablemente, a través de empleados del gobierno actual que trabajan como “trolls”, instalando mensajes destinados a instalar la idea de que los científicos son un gasto innecesario, haciendo creer a los argentinos que no estamos a la altura de los países que producen conocimiento.  Tan es así que el Instituto Gino Germani, de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, tuvo que emitir un comunicado respaldando el quehacer de sus investigadores y becarios, algunos de los cuales fueron directamente atacados. 

Pero comencemos por el principio: CONICET quiere decir Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Nació por el Decreto Ley N° 1291 del 5 de febrero de 1958, como organismo autárquico bajo dependencia de la Presidencia de la Nación, destinado a la promoción de la investigación científica y tecnológica, siendo su primer presidente fue Bernardo A. Houssay. El organismo fue seriamente afectado por la política neoliberal implementada en los noventa, como quedó registrado en la famosa frase del entonces ministro de economía Domingo Cavallo mandando a los científicos a “lavar los platos”. Esa situación comenzó a revertirse en el 2003, con la asunción de Néstor Kirchner, cuando entre otras medidas de reestructuración, se lanzó un “plan de reinserción” de los científicos que habían emigrado y que habían obtenido un doctorado en el exterior, como en mi propio caso, que volví a Tucumán en el 2004, después de haberme doctorado en Duke University (EEUU). En el presente el CONICET está dentro del Ministerio de Ciencia, Tecnología e  Innovación productiva, conducido por el Dr. Lino Barañao, quien ocupaba el mismo cargo en la gestión anterior, cuando se generó el plan Argentina Innovadora 2020, que sigue –al menos teóricamente- en vigencia (http://www.mincyt.gob.ar/adjuntos/archivos/000/022/0000022576.pdf).

El conflicto que la institución atraviesa actualmente se desata al darse a conocer el resultado del concurso de ingresos, que significa la reducción en un 60% con respecto al número del año pasado, de 943 a 385, y que se enmarca en el plan de ajuste que se viene implementando en distintas áreas. Esto deja afuera a 489 científicos que aprobaron el concurso y fueron recomendados por la Comisión Evaluadora del organismo después de rigurosos análisis realizados por evaluadores externos, que analizan cada ítem de los voluminosos antecedentes y justifican sus decisiones por escrito.  Los postulantes, a su vez, son becarios que fueron en su momento seleccionados por sus promedios académicos (usualmente por arriba de nueve sobre diez puntos) y sus antecedentes. Al terminar sus becas postoctorales (después de cinco años de estudios graduados) y haber obtenido su doctorado, o de estar próximos a hacerlo, solicitan el ingreso a carrera; si son evaluados satisfactoriamente, pueden seguir avanzando en la disciplina en la que el Estado argentino los ha formado. Es decir que son un grupo deseoso de estudiar y preparado para generar conocimientos que contribuyan a poner al país en el nivel de los más destacados, en todas las áreas.  

Una vez que el postulante ha ingresado a carrera es regularmente evaluado por sus respectivas comisiones y cada cierto lapso de tiempo puede ser promovido a la categoría siguiente, de cinco: asistente, adjunto, independiente, principal y superior, previa aprobación por parte de evaluadores externos. El mayor orgullo de un investigador de CONICET, a mi parecer, es trabajar para el fortalecimiento de la columna vertebral del país, porque sin ciencia y sin tecnología no hay país que se precie. Este es el núcleo del que salen los descubrimientos y las ideas que se tornan realidad mediante la producción industrial, y los estudios sociales que nos ayudan a comprendernos como país en todas sus facetas. Y lejos están de cobran sueldos exorbitantes. Por el contrario, están en el mismo rango de los que se percibe en el sistema universitario y en el último año se han visto bastante deprimidos, al ser afectados por la inflación, y sin perspectivas de cobrar los fondos asignados a proyectos otorgados con los que se financia gastos de investigación. 

Ante la actual coyuntura, se debe recalcar que lo que se pide no es sólo la admisión de los científicos que han sido recomendados por las respectivas comisiones, sino también que se mantenga el plan Argentina Innovadora 2020, que implica el aumento de un 10% de investigadores cada año. Este pedido es pilar no sólo para el CONICET, sino para la reestructuración integral del país, camino que se viene recorriendo, con altibajos, desde el 2003. Asimismo, se hace imperiosa una federalización de los ingresos y asignaciones de becas, ya que la mayor parte queda en Buenos Aires. Por ejemplo, en el concurso actual no ha ingresado nadie en Catamarca, y en Tucumán sólo ocho investigadores, de 42 solicitantes (http://www.lagaceta.com.ar/nota/711943/local/solo-ocho-cientificos-tucumanos-ingresaron-al-conicet.html)

Como se verá, escribo estas líneas no tanto para trazar una crónica de los hechos que están ocurriendo en torno al CONICET, que se puede leer a través de medios nacionales que la están cubriendo –Página 12 y los programas de Víctor Hugo Morales y Sylvestre en C5N, entre otros-, sino para tratar de transmitir al lector interesado qué es el CONICET y porqué lo que está ocurriendo lo afecta tanto.

 La invitación a los argentinos, que demuestran con tanto fervor su amor al país en los mundiales de fútbol, es a que se pongan también la camiseta de su ciencia y su cultura. La que llevan los que están defendiendo la institución con la toma del Ministerio en Buenos Aires y los que lo hacen en Tucumán a la vera del Centro Científico Tecnológio, organizados en torno al Ateneo de Científicos Tucumanos. La misma camiseta que se pusieron Houssay,  Favaloro, Abel Peirano. Y también Borges, también Yupanqui, porque ciencia y cultura van de la mano. Y ahí vamos, a no decaer, a no bajar los brazos.


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