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José Sainz: El obsesivo universo de Leiden

En Leiden y otros textos, el poeta y periodista José Sainz logra dar curso a un universo discursivo altamente circular y obsesivo puesto en funcionamiento por un viaje y una carta que escribe en su cabeza antes que en el papel, anudando los registros de manera tal que el texto obliga a repetidas lecturas que implican nuevos descubrimientos.

El libro, publicado por las Ediciones Municipales de Rosario ganó, junto a Un foquito en medio del campo, de Daiana Henderson, el Concurso de Poesía Municipal Felipe Aldana 2013.

Sainz nació en Rosario en 1987, corrector y coautor, con Gustavo Tomasi, deSport Club Cañadense, 100 años; es integrante del colectivo de narradores Que no te falle el verosímil.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

 T : ¿Cómo nació y se desplegó el proyecto Leiden?
S : Escribí Leiden mientras escribía y corregía otro libro junto a un amigo, un libro por encargo, la historia de un club, cien años en la historia de un club, un libro para el que tuvimos que documentarnos mucho, una historia colectiva y larguísima, mientras trabajábamos en esa historia, que ocupaba muchas horas todos los días, empecé a escribir un diario sobre la experiencia de escritura de ese libro, un texto fragmentado, más libre, más suelto, en el que podía escribir de otra forma, era como un descanso; lo abandoné enseguida, claro, porque me había quedado sin ideas, supongo, y porque el trabajo, que teníamos que entregar en poco tiempo, no dejaba espacio para mucho más, pero en esos primeros textos apareció, sin darme cuenta, el tono obsesivo y de respiración larga que usé después en Leiden. Podría haber tenido otra forma, como todo, pero en ese momento me pareció que no, vi, no sé cómo, el texto entero y lo escribí en un rato, en realidad lo empecé, escribí más de la mitad, después me tuve que ir, volví y lo terminé como si no me hubiera alejado, eso debe haber sido así porque hacía un tiempo que pensaba que la distancia era una buena excusa para activar un relato, un monólogo interno, entonces venía imaginándome a un narrador que se iba de viaje con la excusa secreta de poder contar algunas cosas, al menos dentro suyo, un narrador que usaba el viaje para tomar distancia real y poder pensar en voz alta y explicarse algunas cosas y explicarle, a su vez, o contarles, que a veces es lo mismo, algunas cosas a otros, a ciertos afectos involucrados.

 T : ¿Pensaste en una serie de textos?
S : Había pensado escribir una serie de textos así, una serie de textos que contaran un viaje largo y en el que se fuera filtrando la biografía del narrador, el texto podría haber sucedido en cualquier otra parte, el narrador podría estar en San Nicolás, que está muy cerca de Rosario, San Nicolás ya es distancia, ya es un espacio distinto, también podría haber estado a veinte cuadras de su casa o a veinte cuadras de sus hermanos, que son a quienes les habla, pero me parecía que sin la distancia real no podía contar nada, que si el monólogo aparecía en medio de un recorrido por la geografía habitual iba a terminar por distraerse con cualquier cosa, cualquier detalle activaría una anécdota. Así que decidí ponerlo en Leiden, que es el lugar más lejos de Rosario que conozco, y es un espacio ajeno, impropio, hablado en otro idioma, un lugar en el que el narrador no conoce a nadie, un lugar en el que no tiene ni pasado ni hermanos ni ninguna historia, en Leiden el narrador está solo y puede hablarse tranquilo, ir elaborando el relato a la velocidad que quiere, sabe que no se va a encontrar con nadie y sabe que para hablar con los hermanos de alguna manera tiene que conseguir un teléfono y gastar plata para llamar y antes aprender a marcar todo lo que tiene que marcar para de hecho llamar y sabe que toda esa distancia le permite  ir desenrollando el discurso, sabe que puede contar tranquilo porque está contando en silencio y supongo que le interesa que lo escuchen pero lo interesa más la interlocución invisible que le permite soltar algunas cosas, ponerle bordes a la experiencia, ordenarse. Yo  no sabía nada de eso mientras escribía. Debo escribir para enterarme.

 T : Desarrollás una teoría de las edades. ¿Podés ampliarla?
 S : La teoría de las edades apareció en el segundo texto, y en principio la referencia no incluía a Leiden, no directamente, al menos; Un teléfono se publicó en una revista con otro título, El tiempo todo entero, sacado del nombre de una obra de teatro de Romina Paula, y explica un poco el texto, que formaba parte de algo así como una serie europea. Ese era el vínculo  con Leiden: estaba pensado como la continuación de ese primer viaje en el que el narrador les habla, a la distancia, con esa voz con la que nos hablamos dentro de la cabeza, a sus hermanos, el viaje en el que el narrador les cuenta, a sus hermanos, cosas que no supo o no pudo o no quiso contarles en su momento y que ahora, de repente, les cuenta, en silencio, desde lejos, sin que sepan, mientras cruza Europa. La teoría de las edades apareció como parte de los desvíos de ese monólogo obsesivo; en ese segundo texto el narrador busca un teléfono para contarles alguna cosa a sus hermanos, para dejar de hablarse a sí mismo. Quiere llamar y no consigue cómo y sigue mirando el paisaje y desplegando ideas como si le hubieran amputado el filtro mental que impide la digresión, que permite la concentración, y aparece una mujer, una señora mayor, que le hace acordar a una que apareció en el viaje anterior, en el texto anterior, y se le ocurre que la mujer de ahora, la señora, podría ser el futuro de esa primera mujer, y se le ocurre, entonces, a partir de esa idea, que la vida de uno, todas las etapas de la vida de uno, de todos, de cualquiera, están circulando al mismo tiempo, eso está relacionado con Leiden. La comparación era tonta pero me sirvió para empezar, la idea de la vida entera en simultáneo es una idea muy extendida que, aunque sea uno de los elementos centrales del libro, no me pertenece.

 T : ¿Es tu forma de percibir el tiempo, si es que esa forma existe?
S : Con la forma en la que percibo el tiempo, y con la obsesión por la memoria y la necesidad del registro, con el intento por grabar los recuerdos con precisión, como si no fueran a deformarse, y todo eso con la necesidad de control y dominio y con la idea de que la posibilidad de la reconstrucción precisa de la biografía permite algo así como detener el tiempo y entender por qué uno hizo lo que hizo o por qué está a punto de hacer lo que está a punto de hacer y permite, supongo, entender el futuro o anticiparlo. Hay cierta tranquilidad en saber, en suponer que se sabe, quién va a ser uno más adelante, el futuro siempre es la información que falta. Hay un autor de cómics, Chris Ware, que dice que la impresión de que el tiempo se acelera a medida que crecemos tiene que ver con que después de la infancia empezamos a leer el mundo y no sólo a percibirlo, supongo que creemos que es mejor saber, que hay algo bueno en saber. Después, bien pensado, creo que no, que la gracia está en no saber, en ir haciéndose de a poco, la idea del tiempo como unidad, de percepción de las distintas etapas de la biografía en simultáneo, es imposible pero es, al mismo tiempo, tranquilizadora, supongo que eso apareció en el segundo texto, en el segundo viaje, como una forma de conectarlo con Leiden y porque creí que tenía sentido que el narrador vincule dos elementos más o menos parecidos, como si encontrara una rima o una ligera coincidencia, y que desarrolle, sin freno, esa teoría del tiempo, que está relacionada, claro, con la manera en la que actúan la memoria y la percepción o con la pretensión del narrador de que funcionen de determinada manera, la forma en la que se mueve la memoria, que es lo que intentan mostrar, sobre todo, esos dos primeros textos.