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04/04/2014 - Libro

La trágica historia de un hombre acorralado

En la historia argentina de las últimas décadas ha ocurrido de todo. Pero lo que pasó en la última dictadura militar va más allá de cualquier límite. Decirlo, una vez más, es una reiteración.

Pero cuando nos encontramos con un libro como Tucho, de Rafael Bielsa, que lleva por subtítuloOperación México o lo irrevocable de la pasión, las páginas más siniestras de nuestro pasado vuelven como una pesadilla.

Rafael Bielsa cuenta una historia real, la de Edgar Tucho Valenzuela, un militante montonero de alto rango que fue secuestrado junto con María, su mujer, que estaba embarazada, y su hijo Sebastián. Los hechos ocurrieron una tarde del verano de 1978, en Mar del Plata. Tucho fue trasladado a la Quinta Funes, en Rosario, donde se encontró con el genocida Galtieri, cuando este último aún no había sido nombrado presidente de facto. Allí también se cruzó con montoneros que colaboraban con los militares. Galtieri, lejos de ordenar que lo torturen, como era el procedimiento, le propone que viaje a México, marque a la cúpula montonera, que se encontraba en ese país, y ayude a asesinar a sus integrantes. ¿Qué puede hacer Tucho? Si no cumple, matan a su mujer, se apropian del hijo que secuestraron y del que está por nacer. ¿Cuál es la opción? María, su esposa, le hace saber que si colabora con los militares la pierde a ella para siempre.

Los hechos reales no le impiden a Bielsa construir una novela. Lejos de amilanarse con el tema, lo que reconstruye el autor es el clima de una época, la subjetividad de jóvenes que sentían que  podían cambiar el mundo y que tenían como ejemplo al Che Guevara y a la revolución cubana. Bielsa no los juzga, sino todo lo contrario: reconstruye la trama de un momento histórico donde la política desaparece arrasada por la violencia de las armas. Lo que de ninguna manera significa apoyar la teoría de los dos demonios, aberración jurídica que sirvió para justificar leyes que legitimaron la impunidad durante un prolongado período. El mérito mayor del texto de Bielsa, además de manejar una prosa con matices y precisión, es el de situar al lector en una época en la que se vivía con otros parámetros. Jóvenes que tomaban pastillas de cianuro cuando caían en manos del enemigo, verdugos dispuestos a todo para obtener una información, zonas liberadas para secuestros y crímenes y, mientras tanto, el Mundial de Fútbol 78, “la fiesta de todos” y la campaña de Editorial Atlántida: “Los argentinos somos derechos y humanos”.
 

En aquellos años había también una idea del guerrillero heroico y de cierta fascinación por la muerte. Sólo así se explican las directivas de la cúpula montonera cuando ordenó la contraofensiva, llevada a cabo con fuerzas casi en extinción y en el preciso momento en el que los genocidas dominaban el territorio y consumaban una atroz carnicería.
 
Tucho denuncia el plan de Galtieri en México y salva a los jefes máximos de la organización. Pero la rigidez de la conducción guerrillera, para decirlo con cierta elegancia, es tan sólida que por esta acción Tucho es degradado y enviado a la Argentina a una muerte segura. Definitivamente abandonado a su suerte, el hombre que hizo lo que creyó mejor para la organización en la que militaba, pierde a su mujer, asesinada por los militares, y a sus hijos, de los cuales se apropian. ¿Se puede imaginar un infierno peor?
 


Rafael Bielsa  pone al descubierto los hilos de un momento de la historia en el que la apuesta a fondo de muchos jóvenes, guiados por el deseo de transformar el mundo, chocó no sólo con los militares, sino también con un sector importante de la sociedad que les dio la espalda. La historia de Tucho es también la de la caída de Montoneros, que se militarizó en desmedro de la política. Y al hacerlo sus dirigentes se convirtieron en una suerte de semidioses patéticos, imposibilitados de comprender que el foquismo representaba la propia tumba. Casi mesiánicos, más preocupados por sus uniformes militares que por la suerte que corrían los jóvenes combatientes, los máximos jerarcas montoneros jugaban a los soldaditos con seres de carne y hueso. Ellos estaban lejos de la Argentina y fabulaban con una revolución que ya estaba derrotada.

Bielsa se limita a contar la historia de Tucho, pero lo que no se cuenta tiene enorme fuerza dramática. El fuera de campo, para utilizar un término cinematográfico, está presente en los lectores que saben lo que ocurrió en la Argentina de la dictadura.
 

Tucho es un personaje trágico: no tiene salida. Si quiso torcer el destino no supo cómo hacerlo para salir airoso. Quizá para él la verdadera vida estuvo siempre ausente, porque lo que se ama con violencia termina siempre por matarnos. Lo trágico es lo que no se piensa. No hay leyes de lo trágico. Lamentablemente, el protagonista de esta historia está muerto. Y lo que tenemos es un texto literario, ni más ni menos. Pero a través de las páginas de este libro podemos imaginar que sintió Tucho después de perderlo todo. Freud declara que el espanto surge cuando lo más familiar se superpone a lo más desconocido, cuando la extrañeza se apropia del lugar previamente ocupado por el concepto de familiaridad. Abandonado por la organización en la que tanto creía, con su mujer asesinada y sin saber dónde estaban sus hijos, la vida de Tucho seguramente se internó en ese espanto del que habla el creador del psicoanálisis. Porque si bien es cierto que toda realidad requiere de múltiples ojos y de variadas perspectivas para poder ser apreciada, debe haber un momento, en vidas tan trágicas como la de Edgar Valenzuela, en el que el propio cuerpo abandona la lucha. Pero no se trata de aquella que se libra con las armas y que requiere de ímpetu y coraje. La contienda que se deja es la que nos permite estar todos los días en el mundo de los vivos. Como dice Horacio enHamlet: “El resto es silencio”. 

  Osavaldo Quiroga (Telam)


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