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AMPLIARBarcos y catedrales

Barcos y catedrales de Tucumán

La sala Lugones del porteño Teatro San Martín se fue llenando de tucumanos. No era para menos: en el marco del BAFICI y en competencia nacional, se estrenaba “Barcos y Catedrales”, opera prima del realizador Nicolás Aráoz.

En cuanto empezó la proyección, ese aroma norteño, esa esencia tucumana se trasladó a la pantalla. Los climas que consiguió el realizador son la clave del filme. Adecuando el ritmo a su voluntad narrativa, Aráoz cuenta una anécdota que mucho tiene de autorreflexión, y lo hace con un color local que –paradójicamente- la vuelve universal. El encuadre (original, sorpresivo, elegante) tiene mucho que ver en la eficacia narrativa, y las locaciones elegidas se vuelven protagonistas de la historia. El paisaje, los sonidos (coyuyos incluidos), las luces, la lluvia. La fogata inicial, que indica de entrada la clave del conflicto del protagonista. La fiesta popular al promediar la película, un hallazgo casi documental que fortalece la narración. Éstos –y muchos otros- son los ingredientes que combinó Nicolás para obtener como resultado una experiencia gratificante, con un fuerte sello personal del autor y notoria pertenencia a su terruño natal. Bienvenida sea.

En la presentación de la película, se había leído un comunicado de trabajadores del Festival, extensivo a todo el campo audiovisual, en el que se denunció el estado de amenaza en el que vive la industria cinematográfica local por las políticas de eliminación que pregona y ejecuta la actual administración nacional. Allí se escuchó el primer aplauso de la noche. Intenso, enojado.

Los últimos aplausos, después de una amena charla en la que los hacedores de la película despejaron dudas o inquietudes del público, fueron en cambio cálidos y esperanzados. Estos son los milagros que provoca el arte. Por eso, quienes lo desconocen y le temen, quieren terminar con él. 

Spoiler: no podrán hacerlo.

Facebook de Juan Carlos Di Lullo