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Gutman, Laura
Camara fotoAMPLIARGutman, Laura
22/08/2014 - Libro

Nueva versión de "La maternidad y el encuentro con la propia sombra"

La flamante revisión de La maternidad y el encuentro con la propia sombra abre una nueva instancia en la saga de amor y desencuentros que la escritora Laura Gutman mantiene con este libro que la convirtió en emblema de los llamados modelos de apego -más permisivos con las necesidades de las madres y sus hijos- y hoy permite reflexionar sobre los recorridos impensados de una obra una vez que se emancipa de su autor.

La maternidad confronta a una mujer con un menú de sensaciones tan agradables como contradictorias que dejan al descubierto en paralelo la fragilidad extrema de un niño y de su madre, confrontada desde el momento del parto a los claroscuros de su propia infancia, sostiene desde hace décadas la autora de La revolución de las madres y Puerperios y otras exploraciones del alma femenina, reeditadas por Planeta junto a La maternidad y su propia sombra.

En este buque insignia de la liturgia maternal, Gutman insta a las mujeres a sumergirse en un viaje retrospectivo por la infancia para desactivar las "cadenas transgeneracionales" de desamparo del niño pequeño, aunque en entrevista con Télam reconoce que otros peligros acechan la vida de la madre contemporánea, entre ellos un trasfondo social y laboral hostil a la crianza.

 

¿Para ser una buena madre es indispensable reconciliarse con la propia infancia? "Yo no sé qué significa ser una buena madre -apunta-. Sí sé que si no nos comprendemos, si no observamos con honestidad nuestros propios escenarios y si no abordamos el sufrimiento vivido durante nuestra primera infancia, jamás vamos a permitirnos fusionar en el territorio afectivo del niño pequeño que llega al mundo "puro" y necesitado del amparo.

Télam: ¿Por qué sostiene en el nuevo prólogo que la relación con La maternidad y el encuentro con la propia sombra no ha sido fácil y que aún hoy le genera contradicciones y hasta furia?
Laura Gutman: Los libros a veces recorren caminos que pueden coincidir o no con las expectativas del autor. En el caso de este libro sucedió eso: tomó vuelo propio, con frecuencia hacia lugares con los que yo estuve en franco desacuerdo.
El libro tuvo a favor la inmediata identificación de todas las madres de niños pequeños. Ahora bien, a partir de ese vivencia de "sentirnos acompañadas y comprendidas", muchísimas mujeres usaron el texto para defenderse de los demás, levantando banderas respecto al estilo de crianza que elegían para vincularse con sus hijos, generando aliados y enemigos por todas partes.
Ahí es donde yo no estoy de acuerdo y por otra parte no es eso lo que está escrito. Sin embargo ha sido utilizado hasta el hartazgo como bandera a favor o en contra de batallas personales con las que no tengo nada que ver.

T: ¿Cuánto más compleja se ha hecho la maternidad en una sociedad cuyas exigencias parecen radicalmente incompatibles con las necesidades de los bebés y también con las de quienes cuidan de ellos? 
L.G: La hostilidad hacia los niños (y hacia todo aquel que sea más débil) es vieja como el patriarcado. O más bien, es la herramienta más eficaz para sostener el patriarcado, basado en la dominación de los más fuertes sobre los más débiles. Hace una o dos generaciones las mujeres hemos encontrado visibilidad y reconocimiento en el ámbito público, mientras que la función maternante ha perdido valor social. 

Sin embargo -desde el punto de vista de los niños- una madre sometida y alejada de su ser esencial, o una madre que trabaja pero también está alejada de su ser esencial, genera un desamparo igual (para el niño). Hoy no es mucho peor que hace una o dos generaciones: es igual.

T: ¿El gran fantasma de las nuevas generaciones de padres es la culpa? ¿Es posible sustraerse a la sensación de estar lidiando todo el tiempo con ella?  
L.G: Yo no entiendo el concepto de la culpa. Si estoy preocupado por la culpa, es porque sigo pensando en mí en lugar de pensar qué es lo que mi hijo me está pidiendo. 

T: Pero una madre no es un sujeto escindido que pueda dejar en suspenso otras áreas de su subjetividad mientras se consagra a la maternidad. ¿Por qué no sería legítimo que experimentara culpa al no poder estar con un hijo más tiempo como consecuencia de su necesidad de desdoblarse en madre y en trabajadora?
L.G: Porque el trabajo nunca puede ser depredador de la capacidad de vincularse emocionalmente con otro. Cuando trabajamos, no dejamos de tener relaciones amorosas, ni amigos, ni vacaciones ni intereses personales. El trabajo pertenece a un área de la vida y las relaciones afectivas pueden coexistir. 

Ahora bien, la dificultad para vincularnos con el niño pequeño reside en la desconexión de nuestra propia infancia. Si tenemos culpa porque no nos podemos ocupar tanto como el niño demanda, tendremos que revisar qué nos pasó durante nuestra propia infancia, bucear en nuestra biografía humana, y entonces sabremos para qué nos sirve seguir organizando un escenario emocional en el que el niño está expulsado. 

Nada de esto tiene que ver con trabajar o no trabajar. Insisto, la culpa no sirve porque nos acomoda en "esto es todo lo que puedo hacer", en lugar de indagar en nuestro interior, entrar en contacto con el niño que hemos sido, conectar con el dolor y luego tolerar la intensidad emocional que el niño necesita de nosotras, quienes nos hemos convertido en madres. 

T: ¿Bajo qué formas transcurre el abuso emocional de las madres sobre los hijos, que usted identifica como una modalidad muy frecuente?
L.G: Hoy es menos frecuente que hace una o dos generaciones, en que las mujeres teníamos nuestra identidad puesta en el hecho materno. Si todo lo que tengo en mi vida es un niño, me nutro del niño, lo quiero para mí, proyecto mis deseos frustrados y anhelo que haga todo lo que me va a hacer feliz. Eso se llama abuso emocional. Hoy las madres estamos más invitadas a escapar, trabajar, tener reconocimiento en ámbitos sociales y separarnos tempranamente del niño pequeño.

T: ¿Los hijos deben confrontarse tempranamente con la frustración? ¿Es una instancia necesaria para la construcción del deseo?
L.G: No hay nada más difícil que la infancia, ya que los niños somos totalmente dependientes del cuidado de los mayores. No podemos resolver nada por nuestros propios medios. Necesitamos nueve meses para desplazarnos. Tres años para hablar. Siete años para asociar intelectualmente. Dieciocho años para conducir un auto. El desarrollo humano es muy lento, y va de le dependencia (es decir, de que otros satisfagan nuestras necesidades básicas) hacia la lenta independencia física y emocional. 

Tenemos suficiente frustración, no necesitamos ninguna dosis suplementaria. Lo que sí necesitamos es amor, amparo, cariño, disponibilidad, palabras cariñosas, comprensión, silencio y presencia materna.

Si hemos tenido una madre cruel cuando fuimos niños, vamos a vengarnos sobre nuestros hijos. Todas las opiniones sobre castigos y otros tormentos, son comprensibles si nosotros mismos hemos vivido el horror, si no conocemos otra cosa y si no hemos revisado nuestra biografía humana completa hasta comprender qué fue lo que nos pasó y qué hicimos con eso que nos pasó. 

 


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