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20/07/2012 - Un 22 de julio pero de 1990

Moría el destacado escritor Manuel Puig

Famoso en los 70, cuando murió en México el 22 de julio de 1990, Puig era recordado en la Argentina por pocos lectores informados. Aquí, un retrato de su vida en las ciudades más sensuales del mundo y el rescate de su obra, provocativa, audaz e innovadora. VIDEO

La maldición, la fama y el exilio

DANIEL MOLINA

A las ocho de la noche del domingo 22 de julio de 1990 el locutor de una radio porteña comentaba una noticia de la siguiente manera: "Según un cable de último momento, en México murió un escritor argentino que acá no suena; se trata de Manuel Puig". Ese comentario era otra de las muchas paradojas que el destino le impuso.

Puig escribió algunos de los libros que ya forman parte del canon moderno de la literatura occidental. A través del cine, del musical y del teatro, sus novelas llegaron a públicos muy amplios en todo el mundo. Y, sin embargo, en la Argentina de principios de los 90 había quedado confinado a un reducido círculo de lectores informados. Hace una década, el nombre de Puig resultaba casi desconocido para aquellos que, como ese locutor, sólo acceden a la literatura a través de lo que la lista semanal de best-sellers promociona. Cuando Puig murió, hacía ya años que aquí no se reeditaban sus libros, algunos de los cuales habían batido récords de ventas en el país a comienzos de los 70 y que por entonces agotaban -y siguen agotando- edición tras edición en más de 20 idiomas.

En febrero de 1965, Puig terminó de escribir su primer libro. No fue un autor precoz (tenía, por entonces, 32 años: había nacido el 28 de diciembre de 1932), pero se estrenó escritor con una obra maestra: La traición de Rita Hayworth, una de las novelas más originales de la literatura moderna. En La traición inventa un mundo y una nueva forma de narrar. Entremezcla fragmentos de radioteatro y composiciones escolares; textos burocráticos y diarios íntimos; diálogos telefónicos, de los que el lector "oye" sólo una de las partes, y conversaciones multitudinarias en las que se llega a perder el hilo. Los capítulos en los que se "reproduce" lo que piensa Toto son uno de los momentos más altos de la literatura en castellano del siglo XX. Puig no sólo recupera, a través de una extraña mezcla de ternura y humor, saberes infantiles que parecían perdidos para siempre, sino que logra construir magistralmente la "voz" interior del niño.

"La historia (de la novela) transcurre en Argentina -1933-1948- y atañe a un chico de un pequeño pueblo de las pampas, donde el único contacto real con el mundo es la ficción de las películas. El chico recién empieza a vivir cuando las luces de la sala se apagan y los nombres de las estrellas aparecen en la pantalla. Y esas estrellas pasan a formar parte de sus conflictos." Así le resume Puig la trama de su libro a Rita Hayworth en la carta en la que le pide la autorización para usar su nombre en el título. Ese chico, que es un antihéroe fanático del cine y compinche inseparable de su madre, se parece mucho al autor. Puig nunca vaciló en reconocer que el material autobiográfico abunda en su primera novela. En la entrevista que concedió a la revista gay francesa Masque, al hablar de cómo ese chico sensible se transforma ante los ojos del lector en una "loca" (en un homosexual afeminado), Puig declaró, parafraseando a Flaubert, "Toto cest moi" (Toto soy yo).

Los padres de Puig pertenecían a la clase media. La madre, María Elena Delle Donne (conocida por sus amigos como Male), era de La Plata y había estudiado, lo que la distinguió en su época como una mujer atípica. El personaje de Mita en La traición está hecho a su imagen y semejanza: desde que el escritor era muy pequeño hubo una alianza entre madre e hijo que ni siquiera la muerte logró destruir. El padre, Baldomero, tenía una distribuidora de vinos y se imaginaba, a la manera de los personajes de Arlt, inventor. Según Manuel, su padre era un hombre bueno, pero muy machista: eso los distanció desde que el escritor era aún un niño.

El lugar en el que transcurre la historia de la primera novela de Puig, Coronel Vallejos, es una reproducción casi fotográfica del pueblo en el que el escritor había vivido de niño: General Villegas. "Lo que daba prestigio en Villegas era humillar a las mujeres, reivindicar la fuerza del macho. Por eso de chico anhelaba ir al cine, donde la bondad, el sacrificio y la humildad eran premiados", declaró Puig. El escritor siempre recordó su primera infancia con alegría. Sin embargo, ese mundo protegido se terminó a los 10 años: en el fatídico 1943 se murió su hermanito recién nacido, intentó violarlo un muchacho de 15 años y dejó de crecer. "Fue el fin de la felicidad", dijo.

En Villegas no había colegio secundario. Por eso Puig, que era (como el Toto) el alumno más aplicado de la escuela, fue enviado por sus padres a estudiar pupilo en un colegio de las afueras de Buenos Aires: el Wards, de Ramos Mejía. Lo alegró su mudanza a la capital: los fines de semana tenía a su disposición estrenos de cine, zarzuelas y óperas, museos y teatros, paseos que eran inimaginables en el pequeño mundo en el que había pasado su infancia y al que ya no volvería nunca más después de haber cumplido los 18 años.

En 1950 se inscribió en la Facultad de Arquitectura y en 1951 se pasó a Filosofía y Letras, pero lo que realmente le interesaba era ser cineasta. A los 20 años cumplió con el servicio militar obligatorio y poco después se marchó a Roma con una beca del gobierno italiano para estudiar en el Centro Sperimentale di Cinematografía. Puig, que adoraba los filmes de la Metro, que desfallecía por los decorados lujosos, las grandes estrellas y los vestuarios sofisticados no podía haber llegado a Italia en peor momento: allí imperaba el neorrealismo, que se había transformado en un dogma. Como no consiguió trabajo en Roma fue a París, pero allí no le fue mejor. En 1958 llegó a Londres, donde escribió su primer guión: fue en inglés, porque él consideraba que ésa era la lengua del cine. En 1960 volvió a Buenos Aires y colaboró como asistente en tres películas. Cuando en 1962 llegó nuevamente a Roma empezó a sospechar que su deseo de ser director o guionista iba camino del fracaso. De todas formas empezó a escribir un guión sobre su infancia en Villegas: fue el primer esbozo de La traición.

La primera novela de Puig estuvo terminada en febrero de 1965, pero llegó al público recién en 1968. La odisea que vivió el libro hasta su publicación ya forma parte de la historia chismosa de la literatura hispanoamericana. Puig, que no tenía contactos en el mundo literario, le mostró el manuscrito a un amigo, el director de fotografía Néstor Almendros, quien, fascinado por la historia, se la da a leer a Juan Goytisolo, que ya era un escritor reconocido. Gracias a Goytisolo, La traición es leída en la editorial Seix Barral. Puig viajó a Barcelona para entrevistarse con el director de la casa editora, Carlos Barral, pero no congeniaron: "El era rico, tenía clase y era comunista; yo era de hábitos frugales y sólo socialista", declaró Puig; pero lo cierto es que el escritor fue muy crítico con la política cubana, que perseguía a los homosexuales, y con los intelectuales occidentales que, según él, "hacían turismo gratis yendo a la isla para adular a Castro". Barral, que acababa de volver de Cuba, pensó que Puig lo estaba insultando en su propia cara. Resultado: el libro, que ya estaba casi aprobado, no salió. De todas formas se le permitió presentarlo al Premio Biblioteca Breve. La traición resultó finalista, pero Mario Vargas Llosa amenazó con dejar el jurado si ganaba "ese argentino que escribe como Corín Tellado". En 1967, la novela fue a parar a manos de uno de los más prestigiosos editores de Hispanoamérica: Francisco Porrúa, director de Sudamericana. Porrúa decide editarla, pero enfrenta otro tipo de problemas: era la época de Onganía y la censura estaba a la orden del día. Si un libro era cuestionado se podía encarcelar a los "responsables": el autor, el editor, el librero y el imprentero. Según contó Puig, un corrector demasiado puntilloso le advirtió a su patrón que podría ir preso si publicaba ese libro tan obsceno. Resultado: Sudamericana tampoco lo editó. En 1968, por fin, lo publica Jorge Alvarez. Pocos meses más tarde apareció la traducción francesa que editó Gallimard (y que Le Monde calificó como uno de los mejores libros del período 1968-1969).

Al principio ni las ventas ni las críticas fueron demasiado buenas, pero al año siguiente ya aparece una segunda edición y abundan los elogios que cosecha en el exterior: entre ellos los de Emir Rodríguez Monegal, Severo Sarduy y Juan Goytisolo. Ricardo Piglia escribe un ensayo ("Clase media: cuerpo y destino") que inaugura la crítica argentina de la obra de Puig.

También en 1969 aparece su segunda novela: Boquitas pintadas, que llevará a su autor a la fama. En pocos meses agota varias ediciones. Las revistas dedicadas a las adolescentes hablan de la moda "boquitas pintadas". La prensa de los 60, interesada en difundir nuevas tendencias, empieza a convertir a Puig en un personaje. A comienzos de los 70, cuando la novela llega al cine, dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, Puig se había convertido en uno de los personajes populares de esa Buenos Aires bulliciosa que estaba lanzando, sin saberlo, su canto del cisne.

En 1973 aparece The Buenos Aires Affair. La tercera novela de Puig fue incluida en la lista de libros prohibidos por el gobierno justicialista, apenas Juan Domingo Perón llegó por tercera vez al poder. Además de la prohibición oficial, Puig recibió varias amenazas telefónicas. Decidió dejar el país, "por un tiempito; pero en mi país la situación empeoró y durante ocho años no pude volver; ahora no sé, algo me dice que es mejor ya no volver", declaró en 1984. Y no volvió nunca más.

El largo exilio comenzó en México, pero la altura de la ciudad lo tuvo a mal traer y decidió mudarse a Nueva York, donde había vivido un par de años antes de publicar su primer libro. En 1975, en México, terminó su cuarta novela, la que lo haría famoso en todo el mundo: El beso de la mujer araña. Con esta novela le pasó algo parecido a lo que había sucedido con La traición, pero como ahora ya era un autor reconocido en todas partes, el problema fue internacional.

El beso, que cuenta la historia de dos detenidos (un preso político y un perseguido sexual) que comparten la celda en una cárcel de la dictadura militar argentina, obviamente no podía ser publicado en el país. Por eso Puig mandó el manuscrito directamente a sus dos editores europeos más importantes: Gallimard, de Francia, y Feltrinelli, de Italia. Ambos rechazaron la novela: le dijeron que la obra estaba tan mal escrita que si la publicaban se iba a desprestigiar. Por suerte, Pere Gimferrer recomendó el libro a Seix Barral y esta vez la casa española aceptó editarlo. Apareció en 1976 y casi inmediatamente se transformó en un best-seller internacional. Llegó al cine dirigida por Héctor Babenco y protagonizada por William Hurt (quien ganó el Oscar al mejor actor). Se convirtió en una de las comedias musicales más exitosas y premiadas de Broadway. Además, con música del alemán Hans Werner Henze, se transformó en ópera. Y Puig escribió una versión teatral que ha sido representada en todas partes.

Puig siempre desconfió de la crítica, especialmente de la crítica argentina. No se cansó de declarar que "casi unánimemente me descalifica; cuando publiqué mi primer libro dijeron que era un esfuerzo preliterario; y desde entonces cada vez que sale una novela dicen que no es tan buena como las anteriores; usan los libros ya salidos, que fueron atacados cuando salieron, para darle un hachazo al nuevo".

En 1979 publicó Pubis angelical, que fue llevada al cine por Raúl de la Torre. En 1981 apareció su novela más extraña, la que a Puig menos le gustaba, Maldición eterna a quien lea estas páginas. En 1982 dio a la imprenta uno de sus libros más complejos y sutiles, Sangre de amor correspondido, y la crítica argentina de entonces volvió a manifestar su rechazo. Como el original de Sangre estaba en portugués -Puig se había mudado a Río de Janeiro a comienzos de los 80 y había entrevistado a un albañil carioca para recopilar sus historias-, algunos críticos llegaron a expulsarlo de la literatura nacional.

También en Río, en su departamento de la rua Aperana, Puig escribió Cae la noche tropical, su última novela, aparecida en 1988. Después de la publicación del libro, volvió a prepararse para una mudanza, tarea nada sencilla para alguien que atesoraba en su casa miles de películas, una enorme cantidad de discos y algunos cientos de libros. Además, Puig no se mudaba nunca a la otra cuadra: cambiaba de país como quien muda de ropa. Sentía que Río había perdido la libertad sensual y la calidad de vida que lo habían seducido cuando decidió irse a vivir allí.

Se estableció en Cuernavaca, México. Fue acompañado, como siempre, por su madre. Los amigos que vivían en el Distrito Federal lo visitaban a menudo. Comenzó una novela, que se supone inconclusa. A diferencia de sus libros publicados, a los que Puig le ponía título definitivo recién al terminarlos, esta novela contó con título desde que escribió la primera página: Humedad relativa 95 por ciento.

De los amigos mexicanos, dos se destacaban. Puig los consideraba sus hijos espirituales (o mejor, "las hijas de Rita Hayworth", como solía decirle a todo el mundo). A Javier Labrada y Agustín García Gil los había apodado respectivamente Rebecca y Jasmine (como las hijas de la protagonista de Gilda). Ellos le habían recomendado que fuera a operarse de sus problemas vesiculares a los Estados Unidos o a la ciudad de México, pero Puig prefirió el hospital que estaba a la vuelta de su casa en Cuernavaca. De la operación ya salió mal y murió a los pocos días, casi sin haber recuperado la conciencia.

El final tuvo detalles que parecen sacados de sus ficciones. El costado humorístico apareció donde menos se lo esperaba. En la necrológica de The New York Times, que destaca el papel innovador de su obra, también se dice que "lo sobreviven sus hijos Javier y Agustín". El chiste que Puig jugaba entre amigos se había transformado en una involuntaria humorada pública.

Ironía del destino: él, que había querido operarse en Cuernavaca para que su madre lo acompañase en el hospital, moría sin nadie a su lado. La escritora Tununa Mercado recordó que "mientras en el distrito federal todos hablaban de Manuel, a 60 kilómetros su cuerpo estaba solo".

Su hermano Carlos no sabía qué hacer con los restos mortales. Si los enterraban en México iba a tener que pensar en alguien que acompañase a su madre, porque ella, por nada del mundo, se iba a separar del hijo tan amado. Entonces se decidió que su cuerpo fuese cremado. Sus cenizas fueron traídas a Buenos Aires y descansan en la casa del barrio de Palermo en la que vive su madre.

Desde que se fue nunca más volvió. Sólo la muerte lo reconcilió con la ciudad que lo había olvidado. 


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